A la 4T ya se la llevó la… Catrina
Pocas cosas son tan nuestras como La Catrina. Desde un punto de vista estético, nos remite de inmediato a la mayor recreación de la sátira mordaz mexicana, la que conocemos desde hace dos siglos. La representación de la muerte y sus peculiares significados forman parte de nuestra visión específica de la lírica literaria y de la plástica. La Catrina es parte de nuestra identidad nacional, a pesar de lo que muchos pudibundos artísticos proclamen.
Desde el punto de vista histórico, la imagen de La Catrina se inserta en la obra de los grandes críticos del periodo de La Reforma –la Segunda Transformación, de acuerdo al slang de moda–, que hicieron de ella la imagen viva de la sociedad convulsa que buscaba afanosamente sus perfiles, sus aristas, utilizándola como símbolo de lo ridículo, de los afanes del pueblo necio por adoptar poses y semblantes extranjeros. Más nacionales no podían ser los pobres.
Por ello, desde el punto de vista sociológico, La Catrina desnuda a los metecos, a los que con rostros indígenas y mestizos, descendientes de la mezcla con España y África no encontraban su lugar en el mundo nuevo. Los que hurtan símbolos, ropajes y enseres que no son nuestros, como huyendo de la identidad que los une inaplazablemente a todos los demás. Cualquier semejanza con los neoliberales, no es simple coincidencia.
Diego Rivera y la Kahlo,
Supieron ser inmortales
Lo que no estaban al tanto,
¡Que terminarían en postales!
Desde el punto de vista artístico, La Catrina nos remite a José Guadalupe Posada, quien con su Calavera Garbancera retrató a los prófugos de esta raza, a los que durante el porfiriato, teniendo sangre indígena, pretendían ser europeos, renegando de su herencia, de su cultura. «En los huesos, pero con sombrero francés con sus plumas de avestruz», decía el aguascalentense inmortal.
Así transitó por la Revolución –la Tercera Transformación–, hasta que Diego Rivera le dio su atuendo secular. En «Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central«, aparece con su creador reciente, Posadas, y las versiones infantiles de Rivera y Frida Kahlo. Se convirtió en Catrina, vestida de gala, bebiendo pulque…
… montada a caballo, en fiestas de la alta sociedad o en trajinera, para recordarnos la miseria, los errores políticos, la hipocresía social, retratando al catrín de la época, al lagartijo meteco, al representante y prestanombres de las compañías extranjeras que saciaban apetitos con nuestra riqueza patrimonial.
Cuatro Té tan mencionada
Como la solución a los males
Pero fuiste asesinada
Cuando estabas en pañales
Las estampas nacionales, la plástica y la épica mexicana no han sido ajenas a ella. Encabeza los rituales, desde la cuna hasta la tumba, como debe de ser. Es la imagen viva del dolor y del aguante del pueblo ante las feroces invasiones, siempre en busca de la identidad extraviada a voluntad por los depredadores de toda ocasión, de toda laya, de toda época.
Es el trasunto de lo esencialmente nuestro. Puede ser La Llorona, la guerrillera de la época de la Reforma juarista o La Adelita revolucionara. Puede ser lo que nosotros queramos que sea.
Ha formado parte de todos los periódicos de combate, de las revistas señeras, de todos los escritos redactados en serio, o con fina ironía, o con mordacidad militante. En todos, siempre gana, por eso es que acompaña a nuestros muertos en todas las festividades.
Posadas apuntó: «La muerte es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera». Las calaveras literarias y poéticas están escritas con lenguaje satírico y son textos muy breves que reflejan todo el espíritu y festividad del mexicano frente a la muerte.
¡Ay, pobre de Andrés Manuel!,
Grita, regaña y berrea,
La Muerte en “la mañanera”,
Vino corriendo por él
Desde el punto de vista de la cultura viva, de sus usos y costumbres, ya la hicimos parte de nuestro entorno. Se ha vuelto una imagen que resalta la riqueza formal y espiritual del país. Nadie como La Catrina para acompañarnos siempre, es el ícono obligado, anfitriona y figura principal en nuestras celebraciones en el cuento, en la narrativa, en el cine, la novela o el teatro que pretende traspasar lo bidimensional mexicano y universal.
Las parodias sobre los personajes centrales son únicas. Tal parece que en su imagen recoge las expresiones clásicas de la sátira de Marco Fabio Quintiliano, para retratar nuestro propio ángulo sobre este monumental emblema de la patria profunda, desde la muerte en carretela de la Suave Patria lopezvelardiana hasta las fiestas de Todos Santos de ayer y de nuestros días:
Sobre tu Capital, cada hora vuela
ojerosa y pintada, en carretela;
y en tu provincia, del reloj en vela
que rondan los palomos colipavos,
las campanadas caen como centavos.
Siempre hemos convivido con la muerte y con sus artes. La sentimos miembro entrañable de nuestra familia. La vemos bella, hermosa, como son nuestras mujeres. La Catrina nunca se ha ido, siempre ha estado tomando café en nuestra sala, comedor o recámara. No nos abandona porque siempre hemos vivido en su compañía y a lo mejor nunca nos hemos dado cuenta.
En el surrealismo mexicano, tan laureado, se disfraza de cacique atrabiliario, poderoso coyote, señor de horca y cuchillo, dueño de vidas y haciendas, funcionario vendepatrias, confesor religioso, vendido al mejor postor, periodista taimado, mentiroso, arrastrado o mendaz.
Vivimos en un Estado catatónico, influenciados por la confusión e impotencia que provoca la distracción informativa, la ignorancia, la confusión y nuestra proverbial tradición de pueblo aguantador, protectorado maquilador productor de migrantes, violado y vejado constantemente a lo largo de los siglos por invasores desalmados y corruptos.
Nos refocilamos en la impotencia. Nos conformamos con la única vida que conocemos, que se desarrolla abruptamente entre lo mullido de nuestros fantásticos microclimas, vulgares parodias televisivas, pésimos espectáculos, generosos paisajes virginales, selváticos, montañosos y costeros. Y eso sí, excelentes cocinas y gastronomías regionales condimentadas por la paciencia y el amor de nuestras heroicas mujeres, acompañados por cariños entrañables y el sincero calor de los ancestros.
Yo pinto mi Calavera
Con la 4T famosa
Mejor escribo otra nota
Antes de irme a la fosa
Para nosotros, pactar con el diablo es lo mismo que tratar con la muerte, estamos acostumbrados. Si a ésta última la hemos agasajado con la fina cortesía con la que apapachamos a La Catrina, La Huesuda y La Calaca, en la explosiva festividad de Todos los Santos y en los jolgorios que hacemos en los panteones con flores de cempasúchil, sahumerios de eróticos olores y altares de tepejilote, el convivio con el diablo nunca nos ha tomado por sorpresa. De sangre le viene al galgo.
Siempre platicamos con el diablo y la muerte cuando le pedimos a las «ánimas que no amanezca, porque estoy como quería», agarrando la jarra con sotol, xtabentun, charanda, bacanora, mezcal o tequila. Nunca nos han dejado de acompañar durante nuestra apretada vida, ni en los momentos miserables de la muerte, cuando empeñamos hasta los retratos de familia para comprar el cajón y la fosa y poder enterrar o cremar a nuestros seres queridos en su última estancia.