Fernando García Torres, un piano con ecos de nostalgía
febrero 24, 2020
México. Notimex. Seriedad, eficiencia, pulcritud, fuerza. De este modo, el pianista Fernando García Torres sólo corroboró lo que ha hecho durante su brillante carrera, al participar con obras de Mozart, Schumann, Schubert y Ravel en el ciclo “El arte del piano”, que organiza el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL).
Director, en algún momento, de la Escuela Superior de Música del INBAL, de la cual es profesor titular, García Torres ejecutó, de entrada, la “Sonata en la mayor, KV 331, Allá Turca”, de Wolfgang Amadeus Mozart (Austria, 1756-1791). Obra a la que siguió una serie de escena infantiles compuestas por Schumann (Alemania, 1810-1856).
Curiosamente, fue en medio de esta pieza llamada “Kinderszenen, Op. 15”, cuando un par de teléfonos celulares sonaron en distintos momentos, dentro de algún lugar de la sala, tal como si alguien hubiera planeado la travesura. Acerca de gales obras, Schumann le escribió alguna vez a su esposa, la también compositora Clara Wieck: “Tal vez un eco de lo que alguna vez me dijiste, que a veces te parezco un niño, pero de pronto me inspiré y produje 30 miniaturas pintorescas, de las cuales he seleccionado 13”.
Después del intermedio, en el piano sonaron “Acht Ländler, Op. 171, D 790”, de Franz Schubert (Austria, 1898-1827), y tres poemas para piano compuestos por Maurice Ravel (Francia, 1875-1937), basados en el poemario en prosa Gaspard de la Nuit, de Aloysius Bertrand, publicado en 1842.
García Torres es un pianista que toca sin aspavientos: con la intensidad necesaria cuando ésta es requerida (como en algunos pasajes de Gaspard de la Nuit) y tenue, pero sólido, cuando la pieza lo amerita. El pianista va siguiendo con su cuerpo, además, las variaciones de carácter de la obra. A veces se inclina hacia el piano y se extravía con él, a veces marca su distancia y se endereza, se sacude.
La Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes estuvo llena en esta ocasión. El auditorio no sólo recompensó al pianista con aplausos, sino que también lo hizo volver para ofrecer una obra más, la cual se hallaba por fuera del programa: la “Fantasía-impromptu”, de Frédéric Chopin (1810-1849). Al terminar la ejecución de esta pieza, una mujer dejó escapar un suspiro sonoro y profundo que se escuchó en toda la sala. Luego, la Manuel M. Ponce se llenó de aplausos, con la gente de pie durante un par de minutos.