El IVEC recuerda natalicio del maestro Teodoro Cano
Redacción/Xalapa. Fiesta, música, canto, baile, gastronomía y religión… la memoria colectiva de las comunidades se entreteje en la expresión de ceremonias sociales, eventos que cobran arraigo en la repetición transgeneracional, pero también con la incorporación de modus culturales y elementos exógenos que han hibridado secularmente en las manifestaciones rituales que han definido, en lo público y lo privado, los vínculos sociales identitarios de nuestros pueblos originarios.
La región del Totonacapan, como en tantas de nuestra extensa geografía, ha sido un símbolo veracruzano en cuanto a la pervivencia de una herencia cultural del pasado mesoamericano, sin ser inmune a los mestizajes y sincretismos: raíces comunicantes del mundo pasado con el presente; historia y mito que se fijan en la memoria a través de imágenes y palabras hechas texto o voz; apegos sagrados con la tierra, el cielo, el agua, el viento; visiones cosmogónicas que dotan de sentido y razón originaria a un pueblo, así como el arraigo de usos y costumbres que detonan y permean las estructuras de convivencia y pertenencia comunitaria, en las que se sustentan las jerarquías y modelos de organización social, que reverberan en las expresiones estéticas, gastronómicas, festivas y lingüísticas y que se materializan en el pulso cultural y artístico contemporáneo de los pueblos totonacos. Expresiones entre las que encontramos como referente la obra del maestro papanteco Teodoro Cano.
Formado como pintor en la Academia de San Carlos, Teodoro Cano encontró en sus raíces culturales, memorias y en la vida cotidiana de su natal Papantla, los ejes temáticos transversales para dotar de significados narrativos su producción plástica, un bagaje de tradiciones y costumbres, vuelto “mosaico de formas y colores”, que supo trasladar a muros, lienzos y facturas tridimensionales. Cano se insertó en una herencia pictórica ligada a la representación costumbrista, pero también abrevó de la tradición muralista para representar crítica y alegóricamente el tránsito histórico de Veracruz, de sus localidades y regiones, algunos marcados por el desarrollo de la industria petrolera como Poza Rica, ciudad que vio emerger su carrera como muralista en nuestro estado, precisamente con una obra alusiva a la historia del petróleo, fechada en 1953.
Su sólida formación, provista por grandes maestros de la plástica mexicana, sentaría las bases de una prolífica carrera con reconocible visibilidad en el contexto artístico veracruzano, el cual vio emerger, de la mano y guía de Teodoro Cano, formas y relieves en los muros de edificios públicos distribuidos en algunas de las ciudades más importantes de la entidad. Posiblemente fue la influencia de Diego Rivera, José Chávez Morado y otros maestros contemporáneos, la que marcaría su ruta entre las últimas generaciones del movimiento muralista mexicano del siglo pasado, a partir de su integración a los equipos de trabajo que llevaron a cabo las decoraciones de los edificios de la entonces recién fundada Ciudad Universitaria, en la Ciudad de México.
Veracruz sería el nicho de su prolífica trayectoria artística, pero también de su carrera académica, vinculada a la Universidad Veracruzana, para la cual colaboró en la instrucción de los alumnos de los talleres de artes plásticas. Papantla fue también epicentro de su labor como promotor cultural, siempre con la convicción de preservar y difundir la riqueza cultural del Totonacapan; es también sitio donde se despliega una variedad de obras monumentales con las que Cano contribuyó al reforzamiento de la identidad estética de una cultura latente hasta nuestros días, pero depositaria de una herencia milenaria.
Es aquel museo que lleva su nombre, enclavado en el barrio “El Naranjo”, el recinto que resguarda y exhibe una singular colección que ejemplifica la dedicación profesional de un pintor a su oficio, y que muestra con orgullo las fuentes que inspiraron temas, motivos y narrativas en su obra de caballete. Lienzos donde hombres y mujeres, niñas y niños, monumentos y paisajes protagonizan aquellas remembranzas del autor cimbradas desde su infancia, imágenes recreadas a partir del tránsito cotidiano desde El Zapote hasta las plazas, barrios, ríos y riberas, rancherías y montes próximos, sin faltar la magnificencia arquitectónica del Tajín como escenarios donde han tenido lugar la vida y labor del pueblo totonaca. El costumbrismo de Teodoro Cano guarda para sí y los suyos aquellos testimonios del vivir cotidiano, escenas festivas entre música y bailables, pero también ceremonias y escenas ligadas al universo indígena y mestizo que caracterizan a su comunidad.
Si bien es notable el apego a una tradición pictórica impulsada por la llamada Escuela Mexicana de Pintura, también lo es el riguroso estudio que procuró sobre la tradición y los géneros clásicos de su disciplina artística, manifiesto en su obra por el rigor compositivo, la modelación de formas a partir de claroscuros y grisallas, el eficaz empleo cromático y la notoria destreza en el empleo de las técnicas y materiales: retratos, naturalezas muertas y paisajes vernáculos abundan en una iconografía que lleva el sello característico del autor, expreso en un dibujo depurado y en un universo figurativo plenamente reconocible como firma indeleble de su pintura, escultura y obra mural, siendo esta última veta en la que llevó al límite los recursos constructivos y la incorporación de relieves, que guardan origen en las enseñanzas y la producción características de los maestros muralistas hacia la segunda mitad del siglo XX.
El universo iconográfico representado en la colección presente en el Museo Teodoro Cano despliega ante la contemplación lo mismo retratos que escenas costumbristas y monumentales alegorías que develan, por un lado, el devenir de una cultura, sus mitos, leyendas, tradiciones, obras, costumbres y labores, así como la vena festiva y ritual que recorre la historia y vida cotidiana del pueblo del Totonacapan; por otro, los símbolos de una identidad local plenamente reconocibles en el mapa de la multiculturalidad mexicana: la ceremonial fiesta de Ninin o el Día de Todos Santos, pletórica por sus distintivos y luminosos altares y arcos donde se disponen como flores, plantas y frutos propios de la región, así como los platillos, velas y demás elementos dispuestos para recibir la visita de los difuntos y recordar su paso por la vida; o las posadas y fiestas navideñas, que reúnen cada mes de diciembre la participación de los barrios papantecos y en las que los infantes cobran protagonismo durante la procesión, portando en sus manos el “nacimiento”. No podía faltar en la escena navideña la tradicional y veracruzana “Rama”, que se eleva plenamente decorada con globos o esferas, mientras resuenan las notas del son, los versos y coros bajo la luz de las velas y coloridos faroles. Ineludibles son los monumentos prehispánicos de El Tajín o las representaciones de danzantes y voladores, que perpetúan el imaginario anticipado en las crónicas y apuntes de los artistas viajeros y que han devenido símbolos de esta cultura indígena. Basta abundar en aquella representación ritual dedicada a Chichiní, Señor Sol, en la que la música del carrizo y las percusiones acompañan el descendimiento circular de los voladores, en una ceremonia ligada a la cosmogonía y a la fertilidad y plenamente asociada a esta cultura indígena.
Pasado y presente de un pueblo se recrean en complejas estructuras narrativas, provistas de múltiples microescenas que se disponen en su colorida obra “Costumbres totonacas”, o bien en las imágenes nocturnas de un velorio o una boda tradicional totonaca, y que obligan al espectador a no perder detalle en los múltiples acontecimientos que toman parte en la congregación: la interacción de los personajes, perros famélicos pero que participan activamente en los eventos sociales, gestos y actitudes que corresponden a las circunstancias, parejas que intercambian miradas no exentas de coquetería, vestimentas facturadas en popelina, artícela, percal o algodón, sombreros de paja, pañuelos, fulares y pañoletas, remates con motivos florales, así como enaguas, delantales, camisas y blusas característicos todos en la indumentaria tradicional; niñas y niños que bailan, se elevan entre las ramas de los árboles o que juegan al ras del suelo. La música y el baile son motivos comunes en varias obras de Cano, y que indican el fuerte arraigo de aquellas expresiones artísticas en la vida cotidiana del pueblo totonaco; no faltan tampoco las provisiones de tortillas, cazuelas y bebidas, así como frutos tropicales y la emblemática flor de la vainilla, símbolo de la producción agrícola de la región.
No dejan de advertirse en la obra de Cano ciertas estrategias temáticas, narrativas, iconográficas y compositivas características del imaginario muralista mexicano: emblemas femeninos que evocan simbólicamente la maternidad o representan la herencia y patrimonio de una cultura ancestral; el maíz como elemento fundacional y sustento primordial; labores, indumentarias, fiestas ceremoniales, mitos y leyendas, herencia de un pasado cargado de esplendores, que en su rigurosa lectura de izquierda a derecha, derivan en el tiempo hacia el presente, donde cobran protagonismo el vivir cotidiano de las comunidades, los rituales religiosos y sociales marcados por el baile y la música. Se advierte, tal vez, un homenaje a su admirado Diego Rivera, con la representación de manos generadoras y dadoras de vida: palmas abiertas que disponen el maíz como fruto esencial de la tierra, alegoría asociada a símbolos esotéricos que podemos encontrar en los murales de Chapingo, ejecutados por el célebre pintor guanajuatense.
Teodoro Cano legó a Veracruz y su natal Papantla una prolífica carrera y una vasta producción que son pilares indiscutibles en la tradición plástica veracruzana contemporánea y orgullo de su ciudad natal. Una producción que trae a la vista de las nuevas generaciones la pertenencia y arraigo de un pueblo a su cultura milenaria. El Gobierno del Estado de Veracruz, a través del Instituto Veracruzano de la Cultura y el Museo Teodoro Cano, recuerda al hombre generoso y al artista en la conmemoración de su natalicio y celebran la vida y obra de uno de los creadores más queridos entre la familia veracruzana.