A 120 años del nacimiento del poeta Nandino

abril 13, 2020

México/Notimex. Hace 120 años nacía, un 19 de abril, el poeta jalisciense Elías Nandino, de longeva vida, muerto a los 93 años un 3 de octubre. A diferencia de numerosos intelectuales, como Carlos Monsiváis, que siempre ocultó sus inclinaciones sexuales para no contrariar su posición social, Nandino, por el contrario, siempre se exhibió tal como era resultándole, a veces, calamitoso y deformante, para su propio ejercicio escritural, su camino literario.

Nandino no dejaba de afirmar:

Nadie puede comprender el goce tan tremendo del amor contranatura…

A mediados de los ochenta Enrique Aguilar publicó, en la Editorial Grijalbo, la “escandalosa” biografía de Elías Nandino. El libro, terriblemente mal escrito, se inclinaba, de manera soez, por el lado morboso del recalcitrante homosexualismo del poeta jalisciense.

Transcrito directamente de la grabadora, sin ninguna limpieza periodística posterior, el personaje presentado por Aguilar parecía, más que un hombre desesperado en su hostil soledad, un médico enfermo por el sexo aprovechándose de su profesión para lograr concretar sus “mezquinos” e incontrolados deseos carnales.

Nandino, en ese libro, decepcionaba hondamente. Según aquel volumen, el poeta, Premio Nacional de Literatura en 1982, no era sino un hombre vulgar, un escritor oportunista, un doctor sin ética, un degenerado sin réplica.

Pocos se explicaban las razones de dicha edición. ¿Cómo Nandino pudo haber confesado pasajes íntimos de su vida a un autor que no sabía, que no supo nunca, cómo desglosarlos en la literatura biográfica?

El poeta reaccionó ante semejante libelo, por supuesto. Trató de evitar la circulación del horrendo libro (Una vida no/velada, 1986), pero el daño ya estaba hecho.

Casi tres lustros después, a siete años de la muerte de Nandino, y en el centenario de su nacimiento, la Editorial Aldus publicó (en el año 2000), en su colección “La Torre Inclinada”, Juntando mis pasos, la biografía de Nandino escrita, por fin, por el propio Nandino, mecanografiada, corregida y pasada en limpio por Enrique López Navarro.

      “Cuando me obligué a escribir mi biografía auténtica (del modo que yo quería) para reprobar el bodrio que traicioneramente publicaron ?explicaba Elías Nandino en el prólogo?, me di cuenta de la dificultad que tenía porque estoy casi ciego y apenas puedo mecanografiar mis poemas, medio viendo las teclas y escribiendo con un dedo”.

Derecho de propiedad

¡Nada es tan mío

como el mar

cuando lo miro!

También nos cuenta, de manera somera, la hora ingrata en que se le apareciera en su vida Enrique Aguilar: “En 1979 presenté mi libro Cerca de lo lejos, en la sala Manuel M. Ponce del Instituto Nacional de Bellas Artes.

El recinto estuvo lleno y tuve un éxito completo. Gustavo Sainz, que era entonces director de Literatura, me dijo después del acto: ‘No cabe duda que tienes una vida muy interesante y yo quisiera hacerte tu biografía’, a lo que yo consentí. A los dos días, Gustavo me invitó a comer a su casa y cuando llegamos estaban esperándonos dos personas: Francisco Alarcón y el que resultó ser Enrique Aguilar. Fue hasta ese momento que Gustavo me presentó a su empleado y me dijo: ‘Esta es la persona que quiero que vaya a hacerte las entrevistas a Cocula’. Yo le di instrucciones de cómo podía llegar a Cocula, Jalisco, advirtiéndole que desde Guadalajara no se podía ir más que en camiones de segunda clase”.

Aguilar incluso se quedaba en la casa del poeta. “En la recámara que yo le asigné hay un gran librero ?apuntó Nandino?, que tiene cajones abajo, en los que guardo los recortes de prensa que hablan de mí y la correspondencia privada con Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Carlos Luquín, Frank Dauster, Alfonso Reyes, Enrique González Martínez, Jaime Torres Bodet y numerosos amigos más. En un cajón está mi archivo de retratos y recuerdos de viajes. Como dichos cajones no estaban bajo llave, me imagino que, con la curiosidad de un reportero, empezó a abrirlos y se dio cuenta de lo que había en ellos, que naturalmente le interesó”.

Nandino pensaba que todo el material recopilado por Aguilar le era entregado, con puntualidad, a Sainz, pero cuando el novelista tuvo dificultades con el Instituto Nacional de Bellas Artes por un cuento publicado en el suplemento de dicha dependencia cultural, el cual “ofendía” con gravedad a la esposa del presidente José López Portillo, se tuvo que exiliar, Sainz, a Estados Unidos dejando las cosas como si nada hubiese mandado a hacer.

Nandino, entonces, obligó a Aguilar a que le devolviera las cartas. “Un día ?contaba el poeta? me enseñó o me mandó un capítulo de la biografía que había publicado en Excélsior. Al leerlo me decepcioné, comprendí que carecía completamente de talento, que no sabía ni escribir ni racionar sobre lo que había escrito. Le perdí la voluntad, pero al poco tiempo siguió viniendo y yo, entonces ya por decencia, por soledad y porque en el fondo le tenía estimación, lo seguí admitiendo”.

Pero las cosas empeoraron.

Cuando en 1982 le dieron a Nandino el Premio Nacional de Literatura, habló a Bellas Artes para decir que Enrique Aguilar se había quedado con un material de su biografía y que “pertenecía al INBA porque Gustavo Sainz, acaso irresponsablemente, lo había mandado [a Aguilar, se entiende] con dinero” de esa institución. “Entonces mi jefe [de Nandino, que trabajaba en Bellas Artes] me sugirió que habláramos para ver si podíamos continuar el trabajo, pero resultó que Enrique Aguilar quería cobrar una cantidad exagerada y se convirtió en mi pesadilla, porque con el achaque de la biografía venía a cada rato y me leía pedazos que eran realmente insoportables, y además me hacía llamadas telefónicas por cobrar. Francamente ya me daba la lata. Al último, en una mutua y larga lectura de algunos capítulos, yo le comprobé sus faltas gramaticales, su cursilería y, sobre todo, esa acción de juzgar todos los actos no con la conciencia de un hombre, sino con la de un macho que piensa con los testículos”.

Eternidad carnal

Vamos quedando así

como los perros, pegados,

hasta que venga la muerte

a separarnos.

O que nos sepulten juntos

ensartados como estamos.

¡Qué más da que difuntos

sigamos cohabitando

bajo tierra,

mortalmente enamorados!

Luego, y si hemos de creer en la honestidad de Nandino, en un acto verdaderamente incomprensible, y ruin, Enrique Aguilar le ofreció al biografiado la compra de su biografía, y como no pudo el biógrafo sacarle provecho económico al poeta se decidió, entonces, a espaldas del biografiado, sin su autorización, publicar el libro, que no era sino “una vulgar burla de un ingrato”, según Nandino.

“No podía dormir, excitado por mi cólera ?confesaba Nandino?. Al día siguiente, los telefonemas de mis amigos, escritores de fama, indignados por el libro. Alguno me dijo: ‘Es un verdadero pasquín’. Acordamos no demandar porque sería echarle leña a la hoguera y además, como yo estoy casi ciego y casi sordo, no podía ir a México a hacer una demanda”.

Por eso, para sepultar el panfleto en su contra (que, por cierto, fue reeditado por Grijalbo en 2000 a propósito del centenario del natalicio del poeta), Nandino se puso a escribir, a dictar más bien a Enrique López Navarro, su propia biografía que… que… que es prácticamente igual a la detestada por Nandino: la semejanza es enorme hasta en su defectuosa redacción. Nandino se parece a ese hombre descrito por Enrique Aguilar: cursi, morboso, degenerado, médico sin escrúpulos, poeta advenedizo.

¿Cuál era entonces el empeño por mostrar “otra” biografía si, la suya, resultaba sorprendentemente similar al denostado perfil biográfico escrito por el “ingrato” Aguilar?

La autobiografía de Nandino sólo conduce a su impulsiva conducta homosexual. No hay razonamientos sobre el quehacer poético, ni un pensamiento político, tampoco un concepto sobre arte. Pareciera que, desde la niñez, lo único que movía a este hombre era la compulsión sexual. Ni su acercamiento con el grupo de Los Contemporáneos modificó, o conformó, su visión literaria. Por el contrario, pese a convivir, de distintas maneras, con cada uno de estos intelectuales, Nandino incluso llegó a despreciarlos.

“A Los  Contemporáneos los trato sin ningún respeto ?apuntaba el doctor y poeta jalisciense?. Los admiro hasta donde se debe y los miro reales hasta en lo que no se debe. Yo fui su médico, conversé y anduve con ellos. Por eso hablo sin adornos y sin ambages. Su deseo de transformar el teatro, la antología hecha por cada uno de ellos y firmada por Jorge Cuesta y el descaro homosexual de Novo crearon un repudio en la sociedad y, al mismo tiempo, la exaltación y la cínica defensa de su modo de ser, formándose así un mito que se cree insuperable”.

Como no hay profundidad en su memoria, ni hondura en sus anécdotas, el libro Juntando mis pasos es de una temible liviandad, que roza, en cada uno de sus 41 capítulos (hasta es posible que este ambidiestro número fuera calculado por Elías Nandino para cerrar con broche de oro su manifiesto gay), con la natural vulgaridad que otorga una vida elaborada con base únicamente en la intuición y procacidad sexuales.

“Todos los médicos que hacíamos guardia teníamos la obligación de escribir en un libro un cuento colorado que fuera nuevo ?confesaba?. Qué vida tan hermosa tiene uno a veces, a pesar de las amarguras íntimas. Yo amaba ser como soy y al mismo tiempo me arrepentía de serlo. Pude tener cargos públicos extraordinarios, pero por el miedo al qué dirán tuve que declinarlos.

Mi placer mayor era buscar el amor, y el amor se consigue solamente experimentando cuerpos ajenos, hasta encontrar la afinidad precisa del espíritu y la carne. Así fue como resolví mi vida. Nunca fui fiel con nadie y fui infiel para probarme a mí mismo que mi amante era superior a todos los demás. Muchas veces, de una infidelidad corría a meterme al lecho donde estaba mi amante, y lloraba en silencio por haberlo engañado y reconocía que mi amor por él era firme y absoluto”.

Antes me vengaba

Antes me vengaba

de todo.

Ahora no me vengo

con nadie.

Después de leer esta autobiografía de Nandino, es probable que un lector atento entienda entonces el atolondramiento literario que sufriera Enrique Aguilar cuando recopilaba las charlas grabadas con el famoso doctor para efectuar, posteriormente, su biografía, pues es notorio que Nandino no carecía de una congruencia oral, ya que los dictados que realizara para ambos libros, tanto para el de Enrique Aguilar como para el suyo propio que le mecanografiara Enrique López Navarro, son coincidentemente semejantes.

Para Nandino nada en este mundo era tan importante como la insaciable, e incomparable, búsqueda sexual en los hombres.

Contradicciones habituales en un hombre obsesionado con el sexo. Para comenzar, sí tuvo relaciones con mujeres y las narra, con desparpajo, casi al final de sus memorias: “Siempre aborrecí la reproducción; tuve miedo de engendrar un hijo igual que yo o peor que yo, que fuera a sufrir, y al mismo tiempo a gozar, ese martirio de masoquismo sexual que acababa en el cuerpo y seguía en el espíritu.

Cuando yo comenzaba a estudiar medicina, conocí una muchacha que se enamoró de mí. Era millonaria, de muy buena familia. Un día, en su misma casa, en un salón del tercer piso, tomamos un poco de vino y sucedió lo que tenía que suceder, se repitió varias veces hasta que me habló y me dijo que se le había detenido la regla, y yo sufrí intensamente, igual que con una novia que había tenido antes, de modo que me convencí de que tenía una fobia a reproducirme en un hijo”.

Y no es que Elías Nandino asuste o escandalice prejuiciosamente a las buenas conciencias de esta alterada sociedad mexicana con su empeño homosexual, contado a tropezones en su limitada biografía, sino que, por lo menos, uno hubiese esperado realmente otro modo de vida, menos, digamos, chapucero para tan insigne poeta, y no una vida regida en los sacrificios de la carne (deseando incluso la penetración a Mariposa, su mascota, una chivita de corral).

Asimismo, por lo menos uno hubiera esperado una confesión literaria más estimulante y creadora, pero es evidente que, en lo concerniente a este aspecto, la decadencia permeó cada una de las actividades intelectuales de este aclamado poeta. Y es que su obsesión por el sexo masculino era tal que no se daba tiempo para ventilar y airear, discutir y polemizar, sus ideas sobre el arte y la escritura, si es que poseía, acaso, alguna.

Las aves todas

El palomo y la paloma

son símbolos de pureza.

Sin embargo,

el palomo, a veces,

se le sube a la paloma

para ver el cielo más cerca.

El vampiro de la colonia Roma, del narrador Luis Zapata, que acaba de cumplir cuarenta años (la novela, no el novelista, que cumple el próximo 27 de abril 69 años de edad), en verdad se queda corta literariamente ante las confesiones del poeta Elías Nandino.