Dos “churros”: Gangsters Vs. Charros y Coronavirus Vs. Neoliberalismo

abril 8, 2020

Confirmado y reconfirmado: México es el reino del surrealismo involuntario. Las noticias recientes hacen ver que ya hay una nueva versión de “Gangsters contra charros”, aquella cinta de Juan Orol que inauguró una saga que quiso ser rematada en el esplendor del echeverriato con “Santo y Blue Demon contra el Primer Mundo”. Fueron películas tan malas que resultaron muy buenas.

En Palacio Nacional, en el seno de la reunión demasiado sofisticada entre los miembros de segundo talón del Consejo Coordinador Empresarial con el Caudillo de huarache, se acaba de estrenar «El coronavirus contra el neoliberalismo». Un esperpento de frase que sólo se le pudo haber ocurrido a alguien que huye despavorido detrás de sus mamarrachadas.

Echarle la culpa a la pandemia, utilizarla como cortina de humo para encubrir todos los errores cometidos contra México en los últimos dieciséis meses de gobiernito fatuo y fallido, criminal y obtuso, está a punto de ser juzgado por los sensatos como un delito de lesa humanidad. Ha echado por la borda casi todo.

El cine retrató a los fabulosos 50’s

Y mire usted: no es que el surrealismo cinematográfico de los 50’s fuera malo. Todo lo contrario, respondía sin duda a las condiciones estructurales de una sociedad que buscaba afanosamente su identidad entre las manifestaciones artísticas del vodevil y el relajo. En el mundo del cabaret encontró una buena parte de sus explicaciones.

Corría el dinero a raudales. Empezaban a multiplicarse los clubes nocturnos, los cabarets de lujo para los nuevos ricos mexicanos y las variedades para la broza, con su perturbador e innato erotismo que emanaba de esos espacios que el cine prostibulario supo apropiarse con inteligencia.

Una vida nocturna estimulante y libre, que incluía a su vez, teatros frívolos, salones de baile y algunas «casas puercas» como las llamaban los hermanos de Santa, que arrojaba cifras de cuatro mil cabarets con espectáculos en vivo y doscientos lupanares tan solo en el entonces llamado Distrito Federal.

Aquellos lugares de esparcimiento no sólo darían títulos a varios de los más memorables filmes del género, sino que formarían parte integral de la trama, una suerte de atmosférico y ruidoso personaje abstracto, testigo de toda clase de épicas cotidianas del arrabal. Cabaret Shangai es el nombre de un popular antro y de un filme de Juan Orol.

La ecuación: mambo, bolero y cabaret

La trama inicia en una jugada de cartas supuestamente en Shanghái, que acaba en zacapela. A medida que la cámara se aleja del lugar, el espectador se da cuenta de que aparece la claraboya del barco, que no es otra que una ventana del camión de la línea Roma – Mérida que transita por una calle de ciudad de México.

Se sumaban a esta ecuación de mambo, bolero y cabaret, las nuevas diosas del espectáculo nocturno del México de mitad del siglo que perturbaban con sus movimientos, sus ombligos trastocados en brevísimos objetos del deseo y otras partes desnudas de sus cuerpos, a un público que pedía a gritos su inclusión en el cine.

Ninon Sevilla, María Antonieta Pons, Mary Esquivel, Rosa Carmina y Dinorah Judith, todas ellas cubanas, traídas a México a triunfar por Johnny Carmenta, el personaje que en vida representó el hombre de Lalín, Galicia, Juan Orol, hicieron chuza entre los demandantes públicos de aquel México que se fue.

Más surrealistas que Dalí y André Breton

Quizá muchas de estas escenas de vodevil orillaron a Salvador Dalí, amigo de Luis Buñuel, a expresar con enojo que jamás regresaría a México, porque este país era demasiado surrealista. Lo mismo expresó Bretón y todos aquellos que conocieron la habilidad de los cineastas hechos en México que no paraban en mientes para retratar las situaciones.

Sin embargo, en 1952 se empieza a imponer un clima de terror moral que también alcanza al cine cabaretero de la época. Se cierran prostíbulos y se persiguen prostitutas, se recorren los llamados cinturones del vicio hacia los alrededores de la ciudad, así como se recorren los horarios de los cabarets.

El cine prostibulario, tanto el edificante como el subversivo, fue sepultado por el cine dedicado abiertamente al sermoneo y a la cátedra aleccionadora más retrógrada. El cabaret y la prostitución se convirtieron en un problema de moral, censura y demagogia. La demagogia que ahora nos ahoga, nos comprime, nos extermina.

El neoliberalismo feneció hace más de 30 años

En esta versión novedosa de » El coronavirus contra el neoliberalismo‎» hay todo, menos surrealismo. Es la versión real y ampliada de la catatonía mental de un dirigente de piojito que va por todas, menos por las que debe de ir. Que se da el lujo de citar teorías y frases de próceres que jamás leyó, de quienes jamás entendió su entorno.

Dice que el coronavirus ha matado el neoliberalismo. La frase es falsa en toda la acepción. El neoliberalismo y la globalización fenecieron hace más de treinta años, cuando los autores, los inventores de esas teorías acabaron reconociendo en todos los foros mundiales que se habían equivocado. Los propulsores en el Banco Mundial, en el FMI y hasta en la misma Casa Blanca fueron derrotados por ellos mismos.

‎Los impulsores del neoliberalismo mexicano, en su versión huehuenche, son los mismos próceres de la Corta Transformación que lo han aplicado a pie juntillas hasta el huesito. Todo por no estudiar, por haber hecho carreras universitarias de panzazo, al margen de cualquier disciplina académica.

Succionaron todo por una ambición malsana

Las rutilantes estrellas de la 4T han sido como los perros de rancho, que ladran sólo porque el primero lo hizo, sin saber el motivo. Son la parte más desgraciada de la saga. Los que se han comido enteras las aldabas, los que pelean como locos contra molinos de viento imaginarios. Los que seleccionan siempre a quién echarle la culpa de sus pendejadas.

‎Y los perros de abajo, los que siembran el pánico para quedar bien con el que manda, aunque éste no sepa ni de qué se trata. Los que acordonan la Alameda Central capitalina y los espacios públicos, los que no pueden dar una respuesta a la escasez de gasas, alcohol, vendas, medicinas, pruebas detectoras, simplemente porque han succionado todo en pos de una ambición malsana.

Los que se pelean por repetir las palabras de Miguel Inclán, representando al ciego Carmelo en Los olvidados, de Luis Buñuel, al oír que rematan a balazos al Jaibo: » ya van cayendo todos, ojalá caigan todos… ojalá los mataran antes de nacer».

¿De verdad el coronavirus mató al neoliberalismo?

Ante el fracaso inaudito, el poder de matar.

El único poder real que conocerán en su desperdiciada vida.

Ante el fracaso, la muerte.

Es mejor que cualquier evaluación.

Al fin, ellos y los chairos, como perros de rancho, siempre creerán que el coronavirus mató al neoliberalismo.

Y los locos, jamás aceptarán que están locos.

¿No cree usted?