En 2018 elegimos a un déspota

abril 27, 2021

Una brillante generación de sociólogos y psicólogos, entre los que se cuentan Greene, Fromm, Frenkel, Levinson, Lowenstein y Adorno, más los que usted guste añadir, arribaron hace setenta años a los Estados Unidos, expulsados de sus países por la Segunda Guerra Mundial. 

Conformaron en el seno de sus universidades y centros de investigación una enorme masa de pensamiento crítico para que ese país no se hiciera pedazos adoptando irracionalmente proyectos políticos que alentaran la tentación despótica por los usos facciosos del poder. Los teóricos habían sido testigos de cosas muy graves en sus vidas. 

Habían atestiguado cómo se había empollado el huevo de la serpiente autoritaria en sus países de origen y habían sufrido en carne propia los psicóticos proyectos políticos del despotismo, implantado en medio de violentas revueltas y tensiones, por la excesiva ideologización de las tendencias en boga. Aquí lo implantamos ¡por la vía del sufragio! 

Indudablemente, la mayor aportación de los teóricos de esa corriente crítica es haber puesto orden en el análisis de las variables del desarrollo político, impidiendo que la anarquía revolucionaria, el excesivo militarismo de cualquier ralea, el corporativismo falangista o la falta de arbitrio inteligente entre las corrientes de opinión desbordaran la soberbia de un aparato bélico y económico terrorífico que, desde Yalta y Bretton Woods, ya había enseñado las fauces a un mundo de por sí devastado. 

Hay un carácter autoritario en los regímenes unipersonales 

El despotismo, decían, es una realidad amorfa, casi típica de la transición del absolutismo monárquico al constitucionalismo, así como del proceso regresivo del Estado de Derecho al predominio del Ejecutivo sobre los demás poderes. 

Precisamente, la invocación que hacían los teóricos norteamericanos Padget, Lipset y otros, estructuralistas y funcionalistas, para defender al sistema presidencialista de la Constitución de Filadelfia por la necesidad de contar con un Ejecutivo fuerte, en lugar del control parlamentario (e incluso del control judicial) ‎del poder. 

‎Como quien regresa al planeta de los simios, y se encuentra con las ruinas del pasado, ellos volvieron a encontrar y a descubrir el carácter autoritario de los regímenes unipersonales. Los peores defectos de un sistema que, como todos, nació para ser controlado específicamente por otros diversos a su procedencia. 

La opción despótica surge en tiempos de crisis de los sistemas 

Disculpe el lector la digresión‎, pero debe hacerse preciso el análisis: Carl J. Friedrich, en El hombre y el gobierno, señalaba que el parlamentarismo, en efecto, podría ser malo o bueno en sí mismo, pero no cabía duda de que, elegido democráticamente era lo contrario tanto al autoritarismo como al despotismo. 

La elección entre un orden democrático y otro autocrático no radica en un argumento de utilidad o eficacia, sino en un juicio de valor que se decide por una actitud de confianza hacia el pueblo o hacia líderes calificados, en uno y otro caso, como una repuesta a los defensores funcionalistas del Ejecutivo sin ataduras… del poder sin frenos ni contrapesos. 

En la historia, la opción despótica surge en tiempos de crisis de los sistemas, lo que explica que estas aberraciones emerjan al desvanecerse los antiguos regímenes. El primero fue implantado por Napoleón al situar su personal dictadura bajo la ideología burguesa de una revolución.  

Abominables, como Donald Trump o el hombrecillo de Tepetitán 

El ejemplo del corso fue seguido por muchos: la historia de Francia, hasta la Tercera República, es la de regímenes autoritarios revividos por la Quinta República gaullista. En Alemania, cuando fracasó el liberalismo de 1848, se dio paso al feroz autoritarismo y quien más se acercó al ideal de este tipo fue el Reich de Bismarck, que disfrazaba una fachada de técnicas democráticas bajo esta forma de neoabsolutismo. 

En otros regímenes contemporáneos, se encuentra de chile, de dulce y de manteca, desde la inteligencia del dictador con Kemal Ataturk, en Turquía; Piluski, en Polonia; Perón, en Argentina; Getulio Vargas. en Brasil; Nasser, en Egipto y muchos que ejercieron un poder personalista con algunos resultados. 

Otros, desgraciadamente malos imitadores, fueron Bush II, en Estados Unidos; Pincohet, en Chile; Rhee, en Corea… y otros todavía más abominables, como Donald Trump o el hombrecillo de Tepetitán en México. Contrastes que son necesarios sobre todo a la vista de los resultados pésimos como la befa sobre la sociedad y sobre los países.  

El peor de los despotismos asoma sus narices en nuestro país 

La «autoridad»‎ está enfrentada a su opuesta dicotómica: la libertad. La tendencia a ser libre es una constante en la naturaleza humana. El ser ha logrado, a partir de la triada característica de los homínidos, posición erecta, mano prensil y capacidad craneana, mediante la conjunción entre cerebro y aparato fonador que posibilita el lenguaje, emanciparse, al aplicar todas esas cualidades al trabajo político organizado. 

La libertad se sanciona con leyes positivas y debe tender al infinito, en tanto que la autoridad ideal es sólo la estrictamente necesaria y debe tender, por tanto, a extinguirse, a llegar a cero. El ideal del desarrollo histórico es librarse de toda traba que no sea necesaria: el reino de la libertad, más allá de la necesidad, sin un despotismo de por medio.  

Tiene ya más de dos años que el peor de los despotismos asoma sus narices en nuestro país. Es un régimen unipersonal sin límites conocidos. El auténtico huevo de la serpiente, en medio de una sociedad azorada por haber llegado por la vía ‎del sufragio a un lugar que jamás pensó, ni merecía su actitud democrática. ¡Llegamos al despotismo por la vía del voto! Algo más que increíble en nuestros tiempos. 

A un régimen de ignorantes le llaman presidencialismo 

El despotismo en México ha rayado en lugares inimaginables: convertir a las Fuerzas Armadas en milsusos… tratar de hacer del Banco de México un lavadero putre de dinero mal habido… desplomar históricamente el empleo, destruyendo las fuentes de trabajo, pasando por encima de lo permitido en los análisis de los sistemas políticos contemporáneos.  

A un gallinero le dicen universidad, a un caminito artesanal le dicen carretera, a una pista para aviones militares de hace setenta años le dicen aeropuerto, al aumento de más de un billón de pesos a la deuda externa le llaman austeridad, a un régimen de ignorantes le llaman presidencialismo, y así casi hasta el infinito de la mendacidad. 

Las mafias rumanas y calabresas, previo contacto con los adelantados del regimencito, portan charolas y credenciales oficiales expedidas por el partido oficial, igual que lo hacen los ejércitos de mercenarios traficantes de drogas duras en todo el territorio nacional. 

El uso faccioso de las instituciones llega al borde de ordenar el cargo pagado por nuestros impuestos, de «gobernador de Palacio Nacional», una especie de intendente servicial y solícito para atender todas las quejumbres y caprichos de un huésped del sitio. 

En México se puede hacer un despotismo huehuenche 

‎A cualquier déspota contemporáneo le daría vergüenza ser enlistado en una galería del horror y de la ignorancia de esta estirpe. 

Todavía hay clases.  

En México hemos comprobado que se puede hacer un despotismo huehuenche. 

‎¿No cree usted?