Éste no es el AMLO por el que votamos en 2018

mayo 5, 2020

En la elección presidencial de hace dos años, México no votó por crear un dueño absoluto del presupuesto nacional, ni por un pastor espiritual, ni por un atarantado que todos los días busca cualquier pretexto para separarse de sus funciones, para violentar la Constitución, ni para amenazar y denigrar a los habitantes de todos colores y credos.

México sólo votó por alguien que le garantizara ejecutar las leyes vigentes, cumplimentar las sentencias, combatir la corrupción y arrasar con la inseguridad endémica. A los pocos meses de iniciado el sexenio que prometió la Cuarta Transformación bajo esas condiciones, los mexicanos nos dimos cuenta de que habíamos elegido a otra persona.

Éste es una especie de demiurgo, que recibe consignas de los héroes patrios, y que ya mero habla con los pajaritos.‎ Alguien que tiene contacto con el más allá para definir los amuletos y las baratijas que nos pueden salvar de los virus, las epidemias y las crisis económicas. Alguien que con su sola oración castiga a los que se oponen a la felicidad del pueblo.

Si alguna vez votamos por un cambio, hemos llegado a la convicción de que votamos por el retroceso del país a niveles inauditos. Ya hay mucha gente avezada que opinan aquí y fuera del país que estamos transitando por senderos públicos que teníamos cuarenta o cincuenta años de no visitar. Así como suena.

Vamos derechito a un nivel de menos 20% de crecimiento del PIB

El país regresó a donde estaba hace cincuenta años. Con niveles de decrecimiento peores, con índices de violencia de los que ya no se tenían registros, con niveles de pobreza, miseria y hambre que creíamos haber superado. Con falta de rumbo, orientación y destino.

Vamos derechito a un nivel de menos veinte de crecimiento del producto interno bruto, si las cosas siguen igual, que es lo más seguro para el presente año. Las mediciones el primer trimestre, séptimo al hilo desde aquél infausto primero de diciembre del 2018, así lo atestiguan.

Los índices de corrupción y de descaro en el ejercicio del poder público se asemejan y en muchos casos han rebasado a la casta toluquita que tanto criticamos todos en su momento. Porque los negocios ahora se hacen con total impunidad desde el seno de la familia presidencial, sin ningún recato, sin vergüenza alguna.

‎En sólo unos meses de la presente administración estamos ocupando los primeros lugares en corrupción y en opacidad en todas latitudes de la Tierra. Peor aún, porque no sólo nos tildan de corruptos endémicos, sino también de ignorantes e incapaces para llevar algo a buen puerto. Estamos entre los peores.

Lucha contra inseguridad en complicidad con el crimen organizado

Nuestra kakistocracia añade un rubro más a las desgracias de la insensatez: no hay un solo ladrillo sobre otro, una sola obra pública que justifique el gasto presupuestal del año pasado y el actual. Es más, el empleo que se hubiera creado ya fue destruido en los primeros meses del presente año. Son cifras oficiales.

Aparte de las pésimas cuentas en la lucha contra la corrupción, que fue la consigna que sacó a la gente a votar en favor del hombrecillo de turno, la otra asignatura, la lucha contra la inseguridad anota sobre sí el mayor entendimiento y complicidad con el crimen organizado de que se tenga memoria en este país.

Todos los delitos producto de la delincuencia organizada han repuntado. Las mediciones ya son insuficientes para mostrar el grado de sevicia y de crueldad que registra el país con cerca de tres mil ejecutados mensuales, lo doble del número de cadáveres que registran las engañosas cifras de la epidemia más la «neumonía atípica»‎.

A nadie se le ha tocado ni con el pétalo de una rosa. No han atrapado a un solo corrupto de marca mayor, no han perseguido a un solo asesino serial o a algún narcotraficante de polendas. Todos andan del brazo y por la calle, respetados a más no poder por quien juró ante la voluntad popular cumplir la Ley.

Los poderes Legislativo y Judicial están al servicio del Caudillo

Y si en la lucha contra la corrupción y contra la inseguridad están así las cosas, tampoco vemos algún avance entre las obligaciones inherentes al Poder Ejecutivo, es decir concretar en la práctica las sentencias de los jueces, conducir las relaciones con los poderes estatales, ejecutar las acciones políticas necesarias para el bienestar del pueblo.

Los poderes Legislativo y Judicial están a su servicio, es decir, doblegados a sus caprichos inconsultos e ilegales.‎ Es realmente lastimoso observar los niveles de degradación a los que han llegado diputados, senadores y togados de las judicaturas y la Corta ¿de Justicia? Es absurdo ver hasta dónde han colaborado para destruir al país.

Los días de este régimen ya están demasiado contados

Entre todos los fruncionarios públicos no hay alguien que ponga la plana. Pueden ser denostados en público, pueden ser desautorizados, descalificados en cualquiera de sus atribuciones legales, pueden pasar encima de ellos sin desdoro, y ellos no mueven una pestaña, quizá esperando la recompensa de alguna compensación política imposible.

Y digo imposible, porque jamás podrá llegar. Los días de este régimen están demasiado contados, para poderles cumplir algún compromiso hecho con anterioridad. Pero ellos son sumisos, están obcecados en seguir creyendo en que todavía existen los treinta millones de votos que nos embarcaron en esta aventura dislocada.

Entre los colaboradores del Caudillo existen personajes que se habían ganado la fama de ser gente bien informada, preparada, resistente, fiel a los mejores principios del servicio público, por llamarle de alguna manera. Pero por lo visto, ellos eran también otros.

¿Tan cobardes que no podemos tomar una decisión ciudadana?

La confusión en los principios ha confundido todo. La polarización existente en la mente del enajenado mandatario ha contagiado todo. Ni las bancadas mayoritarias de Morena en las Cámaras pueden imponer sus razones, simplemente porque las razones de ese dictador de bolsillo están lejos de representar alguna razón de respeto.

¿A qué hora llegará el momento en que todos, habitantes y colaboradores cercanos, civiles y armados, lleguen a la conclusión de que sólo es un aventurero que perdió la razón, un atarantado en busca de pretextos para no cumplirle a nadie, un extraviado contumaz, un afectado mental que se ha burlado de la confianza del pueblo?

¿Cuál será el momento en el que todo México llegue a la conclusión de que el Caudillo lo lleva a la ruina, a una postración que le costará décadas remontar, si es que se puede lograr, a que es la hora de retirarle toda potestad y poder, antes de que cometa una masacre colectiva?

¿Somos tan indefensos o cobardes que no podemos tomar una decisión ciudadana?

Si así fuera, que Dios nos agarre confesados.

¿No cree usted?