La pandemia deja a la Amazonia más frágil que nunca

agosto 6, 2020

Montevideo/Debate. Incendios, agricultura intensiva, extracción minera y petrolera, ocupaciones ilegales de tierras: la pandemia de covid-19 ha agravado todos los males de la Amazonia y está causando estragos entre sus principales defensores, los indígenas.

Espacio crucial para la salud del planeta, la cuenca del Amazonas, que alberga la mayor selva tropical del mundo, se extiende por 7,4 millones de kilómetros cuadrados y ocupa casi el 40% de la superficie de América del Sur, en el territorio de nueve países: Brasil, Bolivia, Perú , Ecuador, Colombia, Venezuela, Guyana, Surinam y la Guayana francesa.

Casi tres millones de indígenas se reparten en ella en unas 400 comunidades, según la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA). Unas 60 de ellas viven en total aislamiento.

Es mediados de marzo y la preocupación llega a Carauari, una aldea del oeste de Brasil cuyos habitantes se encuentran entre los más aislados del mundo. Sin conexión terrestre con paraje alguno, se necesita una semana de viaje en barco para llegar a Manaos, la ciudad más cercana.

Al principio, el coronavirus no es más que un problema distante para sus habitantes, que viven en casas multicolores sobre pilotes a lo largo de las aguas marrones del río Jurua, un afluente del Amazonas.

Pero el anuncio de un primer caso en Manaos, la «capital» de la Amazonia, provoca una ola de pánico. Aquí nadie ha olvidado las masacres causadas por las enfermedades traídas por los colonos europeos, que diezmaron a casi el 95% de los indígenas americanos, sin inmunidad ante ellas.

«Rezamos a Dios para que la epidemia no ocurra aquí. Hacemos lo que podemos, nos lavamos las manos a menudo, como dicen en la televisión», afirma José Barbosa das Gracas, de 52 años.

El primer caso entre los indígenas brasileños se registra a principios de abril: se trata de una joven kokama de 20 años, cuya pueblo reside cerca de la frontera con Colombia. Esta profesional de la salud trabajaba junto a un médico que dio positivo.

Conscientes del aumento del peligro, caciques indígenas y otras personalidades dan la voz de alerta: existe el riesgo de «genocidio», de desaparición de sus comunidades, «en toda la cuenca amazónica».

«No hay médicos en nuestras comunidades, no hay materiales de prevención», reclama a fines de abril en Ecuador José Gregorio Díaz, desde la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca del Amazonas.

En ese momento, la mitad de los primeros diez casos detectados en la ciudad colombiana de Leticia, en la triple frontera con Perú y Brasil, provienen de este último país. «Enfermarse aquí siempre da miedo, pero hoy tenemos más miedo que nunca», lamenta Yohana Pantevis, una lugareña de 34 años.

«Es la muerte anunciada de buena parte de la población brasileña. Si la enfermedad entra en Amazonia, no tendremos forma de asistir a las poblaciones: las distancias son enormes, los recursos, muy pequeños», denuncia un mes más tarde, a finales de mayo, Sebastiao Salgado, el célebre fotógrafo brasileño, de 76 años.

«Se corre el riesgo de transmitir a los indígenas el coronavirus y de vivir una catástrofe. Yo lo llamo un genocidio, que es la eliminación de una etnia. Creo que el gobierno de [Jair] Bolsonaro se dirige hacia esto porque su posición desde que llegó al poder es 100% contraria a los indígenas», dice.

A principios de junio, el emblemático cacique activista Raoni Metuktire, del pueblo kayapó, acusa en una entrevista con AFP al presidente brasileño ultraderechista de querer «aprovecharse» del coronavirus para eliminar a su pueblo.