Las desgracias y la obsesión mexicana por el fracaso

mayo 13, 2020

Los últimos setenta años, desde la mitad del siglo XX, han asolado al país una cantidad de problemas serios que no tenemos cómo resolver. Cuando estos acertijos descomunales se presentan en un país sin solución, ha llegado el momento de cambiar de rumbo. Los fracasos sobrepasan cualquier acierto en un sistema cerrado y necio.

Movimientos civiles por las libertades democráticas, catástrofes naturales, pandillas sangrientas de narcotraficantes complicitadas con la corrupción gubernamental y empresarial, endemias y pandemias han hecho ver a este sistema como un proyecto ilusorio que nos encamina cada día al precipicio institucional y al vacío de futuro.

Jamás dedicar las Fuerzas Armadas a la protección de los delincuentes

Desde hace mucho tiempo debía ser borrado todo vestigio de presidencialismo unipersonal y patrimonialista, apuntalar las facultades del Congreso en la fiscalización del presupuesto, en la designación de los niveles altos de instancias judiciales y de procuración de justicia, transparentar a fondo toda información y rendir cuentas a fondo, antes de continuar como vamos.

Hacer efectivo el federalismo hacendario, el juicio político contra cualquier malnacido, restaurar la gobernabilidad y hacer que prevalezcan los proyectos de gran calado social en términos de la distribución equitativa del ingreso y los beneficios, por encima de caprichos pasajeros y fallidos.

La cuestión agropecuaria, la productividad, la miseria, la alimentación, el empleo y la desintegración familiar deben ser en países como el nuestro los únicos grandes temas de la seguridad nacional. Jamás dedicar las fuerzas armadas a la protección y el encubrimiento de los delincuentes que ya han producido varias veces más muertos que la misma Revolución mexicana.

Empobrecer al país, causar hambrunas, destruir toda existencia por la maldita obsesión compulsiva de acumular bienes y dinero, aunque el mundo conocido se acabe, son algunas de las compulsiones enfermizas que hemos sufrido los mexicanos en las manos de quienes no quieren tratarse, sólo continuar robando, exprimiendo y exterminando.

Las grandes tragedias son causadas por desatender las obligaciones esenciales

La obsesión de nuestros próceres por acumular dinero puede transformarse en un nuevo síndrome de Diógenes, cuyo desenlace es que el enfermo de poder fallezca rodeado de todas las basuras e inmundicias acumuladas en su desenfrenada vida y actitud desordenada.

Las bartolinas que merecen van a estar rodeadas de un páramo insufrible de tierra arrasada, necesidades y miserias, las mismas que en su carrera obsesiva provocaron. Sin saber que las grandes tragedias siempre son causadas por las debilidades, reyertas insulsas, minucias del carácter, incongruencias, miedos y odios. Por la incapacidad de atender sus obligaciones esenciales.

Las remesas de nuestros migrantes no son un logro de alguna política de Estado

En estos momentos a los mexicanos ya no nos interesa que nos bombardeen con domar la pandemia, aplanar la curva, habilitar los jacalones de Banamex en Lomas de Sotelo o en el Autódromo de la Magdalena Mixhuca, los exabruptos de convertir Los Pinos en habitaciones médicas y sanatorios itinerantes, en lugar de alquilar hoteles cómodos y baratos, ni si los ventiladores comprados al junior se fabrican a la tercera parte del precio en una fábrica de Aguascalientes, dato rigurosamente cierto.

No es preciso agorzomarse con los datos de los esforzados migrantes que depositaron con gran trabajo 36% más de las remesas acostumbradas a sus familiares en este país, como si fuera un logro de alguna política de Estado, si más bien lo hacen buscando el resguardo inminente antes de perder el empleo en Estados Unidos o antes de ser deportados, por la obsesión reeleccionista del anaranjado.

Lo que la sociedad exige es que el gobierno funcione con seriedad

Menos nos interesa estar de uñas porque las redes sociales se han convertido en el verdugo indeseado por el Caudillo de Tepetitán, si están bloqueando los enormes beneficios de la Cuarta Transformación, o si las “mañaneras” están convertidas en una kermesse o té danzante donde pronto podrán casarse las parejas. O si la hijita del senador morenista Novelo, de Baja California, realizó una fiesta con invitados a campo abierto y helicóptero para sus amigos de piel dorada.

Lo que la sociedad exige es que el gobierno funcione con seriedad para afrontar los tiempos que siguen, de la mano y de común acuerdo con productores e inversionistas. Que actúe sin causar incertidumbres, ni sobresaltos, sin amenazas ni confrontaciones, asumiendo su papel de rector de la economía, simplemente, como lo ordena la Constitución mexicana.

Porque si no lo hace, jamás vamos a regresar ni adonde estábamos hace diecisiete meses, ni vamos a poder enfrentar el futuro inmediato. Ya no queremos que se comparen con Suecia o Suiza, necesitamos sólo de tres o cuatro personas con sentido común de caballo que den seguimiento a las propuestas de productores de empleo e inversionistas para restaurar la economía nacional.

Se pierden 20 mil empleos diarios, no hay un Plan B: a un centímetro del hambre

Ya no queremos juicios populares con tufo populista, consultas a mano alzada, sentencias demagógicas a García Luna, fanáticos y chairos violentos, obras fantasiosas, sólo regresar a la normalidad mental. Todo mundo quiere seriedad‎. Se están perdiendo 20 mil empleos diarios, no hay un Plan B, y estamos a un centímetro del hambre.

Nadie debe seguir jugando. La economía y el gobierno nacional son un desastre. Un birlibirloque que no tiene solución posible ni a la vista. Quien no lo entienda es que no tiene ni puñetera idea de lo que pasa en México. Si el gobierno no tiene capacidad de endeudarse, ni la autorización para fabricar billetes y monedas que permita que las micros, pequeñas y medianas empresas consigan los beneficios del factoraje internacional.

Porque ya todos sabemos que si la Cuatroté pudiera echar mano de esos procedimientos a modo, como la deuda externa o la fabricación de moneda, desde cuando que lo hubiera hecho. No lo hace porque no puede, no porque no quiera. Pero sigue como el perro del hortelano: ni come, ni deja comer.

Es lo menos que se le puede pedir al alucinado de Tepetitán: que no estorbe. Por su propio bien, no puede convertirse en un comodín del narcotráfico para que las pandillas absorban el excedente demográfico y abarroten el mercado con mano de obra al servicio de una demagogia peor, la de la delincuencia y el hambre organizada, juntas.

Que AMLO no sea el gran patrón ni amenace como el gran dictador

En esta pelea de gallos, el gobiernito sobra. El giro está muerto a medio redondel, el partido perdedor en la contienda salió corriendo entre los matorrales, los apostadores ya se mataron entre ellos y no puede haber apuesta a gallo muerto. La pelea de los medios está perdida también. Sólo le queda seguir sangrando por la herida.

Sólo se le pide que se comporte con sensatez, sin los efluvios de gran patrón ni las amenazas del gran dictador, pues quien saldrá perdiendo es él: republicanos y demócratas se devanan los sesos pensando en qué momento cambiar de cantinero…. o de borracho. Son momentos cruciales para la elección estadunidense. Para el que quiera ganar, él es la pieza de recambio.

No tenemos que seguir pagando una equivocación cometida en julio del 2018

Más que Consejo para la Recuperación Económica, lo que se plantea es un compacto y sencillo gabinete de crisis. Es la última oportunidad para el Caudillo. Acuerdos fundamentales como cuidar la salud, proteger el empleo y las fuentes de ingresos, reactivar la economía, minimizar costos para la reactivación gradual, reasignar correctamente el presupuesto, convocar a la cooperación internacional y una deuda pública razonable, son los elementos para tomar en cuenta.

Que lo asuma de inmediato. Si después lo desdeña, como todo lo que no presenta él, al menos ya tendrá otra organización a quien echarle la culpa de sus torpezas. Y otra vez: ¡el que venga atrás que arree!

A los mexicanos ya nos ha salido más caro el caldo que las albóndigas. No tenemos que seguir pagando una equivocación cometida en julio del 2018. Los males de la democracia se curan con más democracia.

¿No cree usted?