Nellie Campobello: «Cartucho. Relatos de la lucha en el norte de México»

noviembre 19, 2019

Ciudad de México/Almomento.MX. Secuestrada en la vejez por un par de truhanes, quienes ocultaron su muerte y su osamenta durante trece años, Nellie Campobello (1900-1986) escapa al fin de la nota roja. La reedición de Cartucho (1931 y 1940) es un acto de justicia: su tumba ya tiene nombre, el de una de los grandes narradores mexicanos del siglo XX.
En su artículo publicado en Letras Libres en octubre de 2000, Christopher Domínguez apunta que es hora de continuar la rehabilitación con Las manos de Mamá (1937), otra de sus obras maestras. Campobello —nacida como María Francisca Moya Luna en Villa Ocampo, Durango— fue una coreógrafa eminente y directora de la Escuela Nacional de Danza entre 1937 y 1984, pero pese a su íntima relación con Martín Luis Guzmán —o acaso por ello— fue desapareciendo progresivamente de la escena literaria mexicana hasta extinguirse entre 1960 y 1989.
Nellie Campobello —como lo apunta Jorge Aguilar Mora en el prólogo de Cartucho— fue una escritora memorable por varias razones: por su valor testimonial, su refinadísima percepción artística y su extraña mirada autobiográfica. La propia familia, con la madre al frente, fue víctima y testigo del villismo en Parral. A través de medio centenar de cuentos breves, algunos entre los más singulares de la lengua, Cartucho saca a la narrativa de la Revolución Mexicana de la demagogia populista y de la retórica, dizque republicana, del heroísmo pretoriano. La suya es una voz que elige uno de los artificios literarios más difíciles de lograr: la impostación verosímil de la guerra civil—particularmente el episodio villista en Chihuahua entre 1916 y 1920— desde un punto de vista infantil. Quien narra en Cartucho es una falsa niña y un verdadero “monstruo” por su visión enternecida y minuciosa de la muerte. Los capitanes de Villa, Doroteo Arango mismo, así como el fusilamiento y los fusilados se convierten, gracias a Campobello, en el imago de la Revolución Mexicana, tanto como la guillotina y el decapitado lo fueron del Terror francés.

Para hacernos entender, más vale citarla:

Los hilos de su vida los tenía el centinela dentro de sus ojos. En sus manos mugrosas, tibias de alimento, un rifle con cinco cartuchos mohosos. Estaba parado junto a la piedra grande; norteño, alto, con las mangas del saco cortas, el espíritu en filos cortando la respiración de la noche, se hacía el fantasma. No oyó el ruido de los que se arrastraban; los carrancistas estaban a dos pasos; él recibió un balazo en la sien izquierda y murió parado; allí quedó tirado junto a la piedra grande. Muy derecho, ya sin zapatos, la boca entreabierta, los ojos cerrados; tenía un gesto nuevo, era un muerto bonito, le habían cruzado las manos (p. 81).
El prólogo de Aguilar Mora es un verdadero ensayo de restitución. Aclara la cronología de Nellie Campobello, la falsificación que ella misma hizo de su fecha de nacimiento, su pseudinomía, la influencia que tuvo sobre Guzmán y sus fallidas Memorias de Pancho Villa (1951), los cambios realizados entre la primera y la segunda edición de Cartucho, la transformación de la imagen que ella tenía de Villa, así como su accidentado periplo existencial. Aunque no conozco crítico mexicano que haya ignorado la importancia de Campobello, ninguno la ha entendido mejor que Aguilar Mora. Tan es así que Cartucho aparece como la fuente metafórica de uno de los ensayos más sugerentes —y menos leídos— de la literatura mexicana contemporánea: Una muerte sencilla, justa, eterna (1990), del propio Aguilar Mora.
No siempre es responsabilidad de los “canonistas” la desaparición de una obra del mercado editorial y de la consideración pública. El caso de Campobello me parece probatorio en ese sentido. Pero el texto preliminar de Aguilar Mora sugiere una discusión más profunda. Si Nellie Campobello fue relegada del canon de la literatura nacional, habría que hablar de qué estamos entendiendo por canon. ¿El canon es una zona de compromiso o de tolerancia donde dialogan las diversas tradiciones críticas, o es la guía de lectura por la que cada crítico o escuela están dispuestos a dar la batalla?
En este contexto Aguilar Mora, en su prólogo, prefiere huir hacia adelante. Dado que la secuencia genealógica “Ateneo-Contemporáneos-Octavio Paz […] dejó al margen a casi toda la narrativa de la Revolución…” (p. 14), Aguilar Mora eleva a Campobello a un canon supremo donde Cartucho sería el genoma de Pedro Páramo y Cien años de soledad. No sé si creer en semejante determinismo genético. Lo importante es que Nellie Campobello —más allá de las advocaciones de cada crítico— regresa de la mala muerte y la reedición de Cartucho tornará irrevocable la “canonización” de una escritora cuyo infortunio final y su talento angélico merecen de la devoción de la lectura. –
Campobello, en “Cartucho”, narra el acontecer de la revolución desde un punto de vista muy particular, siendo parte de la sociedad que acogió a uno de los grupos más vituperados de entre quienes formaron “la bola”: los villistas. La escritora de Villa Ocampo, Durango, nos cuenta en esos textos de una o dos cuartillas, su relación con los hombres que formaban la “División del Norte”, no como parte de un grupo político, no como un intelectual que claro está, se inclina hacia uno u otro lado. No. Campobello lo hace como parte de una familia que acoge a los heridos (sin importar de qué bando vengan), da de comer a los hambrientos, enaltece la figura de Pancho Villa por el simple hecho de ser un hombre “justo, rudo, pero derecho”, según indica su Madre, a quien escribimos con mayúscula porque así lo hace Campobello.

La escritora nos da a conocer la otra parte en la vida de estos hombres que murieron buscando rescatar las tierras que les arrebató el gobierno. Nos da cuenta, a través de sus breves relatos, paisajes poéticos, muchas veces crueles sobre lo que acontecía en el norte de México. A través de “Cartucho”, la autora describe cómo fusilan a un hombre, de qué manera se enjuiciaba a un pueblo entero y, considero relevante, lo que hacía llorar a Doroteo Arango (“los hombres no lloran”, nos decían los mayores. Pues sí, sí lo hacemos). Todo esto lo presenta como si fuera un juego, como si estuviera recordando junto a su hermana Gloria lo presenciado por ambas y traído a colación muchos años después a manera de postales o fotografías de lo acontecido.
Los textos de “Cartucho” no desprecian a los alzados. Por el contrario, no se asusta de las acciones que estos hombres realizan. Juega, se encariña con cada uno de ellos como parte de la experiencia de la revolución que le tocó vivir. Son parte de una infancia nada común en la que sólo ella puede armar el rompecabezas de la vida de estos personajes cuyas existencias fueron reales y que gracias a la magia de la literatura, pueden ser moldeados a gusto de la autora: el Siete, el Peet, Kirilí son protagonistas fusilados, torturados, desmembrados que forman parte de una vida implacable contemplada por la Campobello, donde intenta mostrar el lado humano, sensible, incluso romántico de estos seres oficialmente declarados “bandidos”, en el más benevolente de los adjetivos.
Si existe algo en la obra literaria de Campobello, es su vigor para defender la figura del Centauro del Norte. Esto, afirman algunos de sus estudiosos, es porque es hija suya. Incluso, se aporta como prueba de ello que su nombre verdadero, Francisca, viene precisamente de ahí. ¿Quién lo diría? Una mujer intentando reivindicar a quien es considerado uno de los más sanguinarios luchadores revolucionarios. Pues sí, Campobello realiza una titánica labor buscando otorgarle a su General el sitio de honor merecido entre los héroes patrios. Y lo más fascinante de esto, es que lo hace a través de la literatura, de una literatura diferente a la literatura revolucionaria conocida por el gran público. Porque mientras las famosas novelas revolucionarias describen con fervor y hasta naturalidad la bestialidad, lo inhumano de las desgracias de la guerra, la obra de Campobello se refiere a esas atrocidades no buscando el regocijo de la muerte, sino mostrando que el acto de matar, en una guerra, y en particular esta guerra mexicana, es inherente al acto de sobrevivir.
Las narraciones de “Cartucho” contrastan con los juicios sumarios realizados por José Vasconcelos sobre Villa y su gente, al definirlos como “simples asesinos”. Contrasta también con el punto de vista del propio Martín Luis Guzmán quien lanza reproches a los revolucionarios por su ausencia de respeto hacia la vida, por la falta de cultura y patriotismo. Se acerca, por instantes, a las tremendas descripciones de Azuela y Muñoz al hablar de la muerte.
Llegamos entonces a un punto odioso pero necesario, las comparaciones. Si la novela de Azuela es considerada la novela de la revolución mexicana, ¿dónde podríamos colocar a “Cartucho”, en esa lista integrada por “El águila y la serpiente”, de Luis Guzmán; “Tropa vieja”, de Francisco L. Urquizo; “Vámonos con Pancho Villa”, de Rafael F. Muñoz, entre otros, que también forman parte de la plétora de novelas revolucionarias? (recordemos las palabras de José Luis Martínez, “la revolución no produjo una literatura revolucionaria”) Para la gran mayoría de los intelectuales mexicanos quienes contemplaron la primera aparición de “Cartucho” (estamos hablando de la década de los treinta del siglo pasado), el libro no recibió argumentos a favor ni en contra. Fue pues, como ocurre a menudo en esta suave patria, ninguneado (pudo influir en esta situación el hecho de que la obra haya sido escrita primero, por una mujer; segundo, amante de Germán List Arzubide, figura cumbre del movimiento estridentista y fundador de Ediciones Integrales, misma que editó la obra de Azuela). Influyó también el hecho de que la obra no tuvo una distribución adecuada, pues List Arzubide entregó los ejemplares a la Campobello y ésta se encargó de repartirlos de mano en mano. Mucha gente recibía el ejemplar, sorprendiéndose de su existencia, y aquellos que estaban más relacionados con el ámbito cultural, sonreían sarcásticamente, quizá porque sabían que el estridentista había sido el revisor y quizá el corrector de los textos (aunque José Antonio Fernández de Castro los había recibido en primera instancia), situación negada rotundamente por él: “no cambié una letra de los relatos. Dejé que ellos mismos se mostrarán como Nellie los había concebido”.

El hecho de que “Cartucho” se haya mantenido fuera del rating de los grandes libros sobre la revolución mexicana, no significa, por supuesto, que sea un libro menor. En absoluto. Incluso, Martín Luis Guzmán, el mismo autor de “La Sombra del Caudillo”, manifestó la importancia del libro de Campobello para la literatura nacional y permitió la reedición de la obra en su propia editorial. El haber sido “ninguneado” por parte de la sociedad de entonces, no significa que exista poco mérito literario en él.
Rafaela Luna, madre de Nelly Campobello, es lo más cercano que pudiéramos encontrar para identificar a una Adelita. Sí. La definición de esas mujeres (hoy leyendas) que participaron en la Revolución Mexicana, son la punta de entrada a lo que se identifica como una luchadora social, muy sui generis , claro está, porque su trinchera estaba detrás del fogón para alimentar a los alzados regresando al borde de la inanición; o bien, a un lado de la cama, para curar a los enfermos, y en casos muy poco difundidos, para aconsejar al hombre que sale hacia el frente de batalla. Pero Mamá, en la obra de Campobello, es más que eso: se encara con los carrancistas quienes saben, o intuyen, que esta mujer forma parte del alto mando villista; busca a su hijo entre los detenidos para evitar que sea fusilado. Mamá, a través de sus contactos, mueve decenas de hombres para salvarlos de la masacre. ¿Es está mujer el principal impulso de Campobello para recrear su obra literaria? Posiblemente sí. A pesar de que la figura femenina parece estar siempre en un segundo plano, la narrativa permite al lector darse cuenta que quien habla a través de Nelly es Rafaela, pues muchas de las expresiones que utiliza la niña–narradora las toma de ella.
En “Las manos de Mamá”, hay un relato donde Campobello retrata el carácter de su progenitora, esa férrea mujer a quien todavía se puede intentar enamorar en medio de esa lucha descarnizada. Habla un soldado, un tanto temeroso, acercándose a esta una mujer icono para el feminismo ulterior:
“Me llamo Rafael Galán —dijo el oficial, sonriente, con la forja en la mano—. Vengo a platicar con usted. ¿Me lo permite? La luna invita a detenerse aquí, en esta puerta, donde una mujer se adormece con un cigarrillo en los labios. Mire la luna. Piense en su primer novio. Usted ha amado. Todos amamos, aunque sea un imposible.”
A pesar de que el valor de la mujer es casi nulo en la mayoría de los textos sobre la revolución mexicana, es importante mencionar que en la obra de Campobello hay motivaciones para lograr la igualdad entre los géneros. Pocas, sí, pero existen. El texto de “Nacha Ceniceros” así lo demuestra.

“Junto a Chihuahua, un gran campamento villista. Todo está quieto y Nacha llora. Estaba enamorada de un muchacho coronel, de apellido Gallardo, de Durango. Ella era coronela y usaba pistola y tenía trenzas. Había estado llorando al recibir consejos de una soldadera vieja. Se puso en su tienda a limpiar su pistola; estaba muy entretenida cuando se le salió un tiro.
“En otra tienda estaba sentado Gallardo junto a una mesa y platicaba con una mujer; el balazo que se le salió a Nacha en su tienda lo recibió Gallardo en la cabeza y cayó muerto.
—Han matado a Gallardo, mi general.
Villa dijo despavorido:
—Fusílenlo.
—Fue una mujer, general.
—Fusílenla.
—Nacha Ceniceros.
—Fusílenla.
Lloró al amado, se puso los brazos sobre la cara, se le quedaron las trenzas negras colgadas y recibió la descarga.
“Hacía una bella figura, inolvidable para todos los que vieron el fusilamiento.
“Hoy existe un hormiguero en donde dicen que está enterrada”.
Sin embargo, en la segunda edición de “Cartucho”, la protagonista no muere, regresa a casa, como parte de un ritual por refrendar la posición de la mujer en la lucha revolucionaria: reconstruir la nación desde el origen, desde la seguridad del hogar.
“Estaba enamorada de un coronel de apellido Gallardo […] En otra tienda estaba sentado Gallardo junto a una mesa; platicaba con una mujer; el balazo que se le salió a Nacha en su tienda lo recibió Gallardo en la cabeza y cayó muerto […] pudo haberse casado con uno de los más prominentes jefes villistas, pudo haber sido de las mujeres más famosas de la revolución, pero Nacha Ceniceros se volvió tranquilamente a su hogar desecho y se puso a rehacer los muros.”
Nelly Campobello es la única mujer incluida en los cuatro volúmenes de “Novela de la Revolución Mexicana” realizada en 1958 por Antonio Castro Leal. Para él, “Cartucho” es un conjunto de versos sin rima. Un conjunto de relatos sobre la muerte y el amor. Para sus lectores, las narraciones de Campobello son música que seduce, que sonoriza el entorno mientras se lee, como lo pedía Juan José Arreola, en voz alta.
Nelly Campobello, una referencia necesaria y gratificante para conocer el otro lado de la Revolución Mexicana.