¿Por qué comemos palomitas en el cine?
México/López-Dóriga Digital. Una de las tradiciones más arraigadas entre los aficionados al cine es comer palomitas de maíz mientras ven la película.
De hecho, las palomitas son tan importantes que hoy cuestan hasta unas tres veces más que la entrada más barata al cine y se calcula que hasta 8 de cada 10 pesos que ingresan a las empresas exhibidoras (quienes jamás revelan esa cifra de manera oficial) podrían provenir de ese producto que, dicho sea de paso, tiene márgenes de ganancia altísimos e impulsa la venta de otras cosas, como los refrescos.
Es común asociar el olor a palomitas (en el que predomina la mantequilla) con el cine, y ellos lo saben bien los empresarios, por lo que ya hasta existen compañías especializadas que se dedican a instalar dispositivos que liberan aroma artificial de este alimento para que los asistentes tengan antojo con el solo hecho de pisar el lobby.
Durante la época del cine mudo (a inicios del siglo XX), era imposible hacer ruido en una sala, además de que comer al interior podría ser considerado hasta de mal gusto debido a que este entretenimiento empezó a ser más popular entre la gente culta ya que, al no tener sonido, los asistentes tenían que, por lo menos, saber leer.
Pero en 1927 llegó el sonido al cine, por lo que para la década de los 30 era ya un entretenimiento popular. Aunque las películas eran cortas, las proyecciones duraban mucho tiempo porque se exhibían varios títulos, por lo que a los asistentes, inevitablemente, les daba hambre.
Desde años atrás, algunos vendedores ofrecían alimentos como cacahuates a las puertas del cine, pero en 1930 una mujer de Kansas City, en Estados Unidos, llamada Julia Braden tuvo la idea de solicitar un permiso a los dueños de una sala para colocar un puesto de palomitas justo a la entrada. Hasta entonces, las palomitas solían comerse en lugares como las ferias, pero nunca antes habían entrado a algún lugar como los teatros.
Tuvo tanto éxito su idea que en unos cuantos meses ya tenía puestos en cuatro cines de la ciudad y, según algunos registros, llegaba a ganar más de 300 mil dólares ¡al día!
A mediados de los 30, la idea de las palomitas ya se había extendido por varias ciudades de Estados Unidos, pero los dueños de los cines, al ver que los vendedores que se instalaban en sus puertas se hacían ricos rápidamente, optaron por quitarles el permiso e instalar ellos mismos algunas máquinas para preparar palomitas al interior de sus salas.
En esos años, los cines no solían tener lobbys, por lo que provocaban ruido y calor, así que con los años se fueron instalando afuera de las salas donde se exhibían las películas, lo que dio origen a lo que hoy son las dulcerías o fuentes de sodas.
En los años 30, las palomitas se hicieron populares porque eran una opción económica ante la difícil situación que vivían muchos estadounidenses después de la Gran Depresión; sin embargo, el auge de este alimento en el cine creció definitivamente durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la escasez de azúcar hizo desaparecer a los dulces de muchos lugares, dando paso a este producto que se producía con maíz, que era fácil de producir, además de que era abundante.
Al terminar la guerra y con el auge de la industria cinematográfica, las palomitas se convirtieron en parte importante del ritual de ir a ver una película y hoy son parte importante de cualquier plan de mercadotecnia de las salas cinematográficas del mundo, además de que no es casual que lo primero que ve al entrar al cine es el lugar en donde las venden.