Siempre pasan cosas antes de ir a la Casa Blanca

julio 1, 2020

De acuerdo a la memoria, en Washington, el 15 de mayo de1984, Miguel de la Madrid y Ronald Reagan desayunaban cuando le fue obsequiado al presidente de México un ejemplar del The Washington Post donde aparecía la columna «El Tiovivo», de Jack Anderson, titulada «Un país que hace millonarios» en la que se daba cuenta de las fortunas apoyadas por concesiones, contratos, parentescos, amiguismos, causantes del amasamiento monetario de varios mandatarios.

Y sí, millones de lectores que solían desayunarse con la columna de Anderson (en el Post y en otras 899 publicaciones estadounidenses donde también la publicaban), habían leído que el Presidente de México, Miguel De la Madrid, «enlató entre 13 y 14 millones de dólares en una cuenta en Suiza». El célebre columnista, basándose, según propia confesión, en datos de la CIA y de la National Security Agency, afirmaba además que los ingresos del mandatario mexicano, desde el comienzo de su gestión, «llegarían a 162 millones de dólares».

Cientos de millones de dólares, depositados en la banca suiza, respaldados por las investigaciones de Anderson, un periodista de amplia reputación, que tras el escándalo del Watergate había causado la caída de Richard Nixon. El escándalo en México estaba sobre la mesa.

El asesinato de Manuel Buendía

Anderson era amigo del columnista mexicano Manuel Buendía, quien 15 días después del affaire era asesinado al salir de su despacho. En una última entrevista que había concedido, Buendía dijo: «Pienso que las represalias y los riesgos forman parte del oficio. El que no quiera ver fantasmas que no salga de noche. Si alguna vez yo fuera víctima de un atentado y pudiera pronunciar mis últimas palabras, solamente diría ‘Merecido me lo tenía. Aquí se aplasta y se calla la verdad de manera aberrante’».

‎Después del atentado, vino el montaje. Un agente de la DFS, Juan Rafael Moro Ávila, extra de cine que tenía su negocio de motocicletas en la capitalina calle Diagonal San Antonio, fue inodado en el crimen. Llevando en ancas de su moto a José Luis Ochoa Alonso, alias El Chocorrol, habían logrado disparar decenas de balas en unos cuantos segundos.

El Chocorrol le dieron agua dizque en un caso de secuestro y a Moro Ávila le endilgaron que había sido el brazo ejecutor. Este último siempre preguntó que si alguien lo iba a compensar por los veinte años de castigo que se pasó en chirona. Su vida la dedicó a negar que hubiera sido el asesino. Nunca se le pudo comprobar una causa efectiva.

‎Sólo se recuerdan los pasajes cinematográficos logrados por el extra Moro Ávila al lado de Mario Almada, Lucha Villa y Rosa Gloria Chagoyán, aparte del Flaco Guzmán, Lalo El Mimo y demás farándula de la época de oro de Las Ficheras. Todo un personaje del escenario pícaro de aquéllos años. Un prócer de nuestra cinematografía de exportación.

De los mil trescientos agentes con los que contaba la fuerza de tarea de la Dirección Federal de Seguridad, Juan Rafael Moro Ávila, sobrino de los Ávila Camacho, fue el escogido para representar el papel del vengador, pues se trataba de emparentar falazmente al periodista asesinado con los bajos fondos del crimen organizado de aquéllos ayeres.

De ello tiene mucho qué hablar Manuel Bartlett.

Ackerman y los “sicarios mediáticos”

Mutatis mutandis, los cuatreros ortodoxos y fanáticos están haciendo un dogma de la pertenencia a una especie de sociedad secreta alrededor del Caudillo iluminado. Quemarle incienso y empoderarlo en la toma de decisiones temerarias e ilegales que rebasan el límite de poderes, para revertirlos en una singladura dictatorial y opresiva.

Así, en las vísperas del tan cacareado viaje del Caudillo a la capital imperial se supo de las famosas compras de inmuebles por parte de la pareja formada por Irma Eréndira Sandoval y John Ackerman en unos pocos años, rebasando desmedidamente los salarios como investigadores de cuarto talón que desempeñaban, eso sí, después de haber trabajado con Ángel Heladio Aguirre, innombrable participante en la tragedia de Ayotzinapa.

Y, claro, defendieron las adjudicaciones de esas casas, como si se tratarán de botines de guerra. «No permitiré que los sicarios mediáticos manchen mi nombre ni el de mi familia. Esta lucha va en serio y hasta el final», fue el mensaje que publicó el hubbie (maridito, en español) de la airada secretaria de la Función Pública, consorte del seleccionador de consejeros electorales John Ackerman, para regresar al pueblo lo robado.

¿También la prensa extranjera?

Lo curioso es que los sicarios mediáticos a los que se refiere no son sólo mexicanos, sino forman parte de la plantilla de investigadores y redactores, más columnistas de The Financial TimesThe New York Times, El País, entre otros. Una fortuna dieciséis veces más grande que la declarada ante la Secretaría bajo el mando de su esposa, dedicada precisamente a perseguir a los delincuentes de ese tipo de trastupijes.

Por encima del valor de la Casa Blanca del infeliz Peña Nieto y su consorte efímera. Muy por encima de las que han sido denunciadas a nombre del director de la Comisión Federal Electoral, que dicho sea de paso, tiene décadas más en el servicio público que estos aprovechados y muchos más inmuebles que los hasta ahora conocidos. The Financial Times forma parte de la Pérfida Albión, los otros medios son estadounidenses y uno más español, pero no han sido acusados de ser sicarios mediáticos… todavía.

García Harfuch, ¿auto atentado?

Muy por encima de todo decoro, de toda bravata. Al mismo tiempo, ante la visita inopinada a los jardines traseros de la Casa Blanca de Washington, se da a conocer de un ¿auto atentado? en contra del jefe de la policía capitalina. Como para no dejar lugar a dudas de que también se combate a los sicarios, siempre y cuando no pertenezcan al Cartel de Sinaloa.

Siempre y cuando se deje la puerta abierta para que otras corporaciones extranjeras cumplan su amenaza de venir a combatir a los grupos de narcotraficantes que ellos consideran terroristas del mayor calado. Demasiadas coincidencias. Muy pocas dudas de que están metidos en la boca del lobo.

La embajadora saldrá al quite

Lo relatado sólo es la punta de un iceberg que seguro asomará en cualquier rueda de prensa que se celebre allá dentro de unos días. A menos que el Caudillo autorice a su experimentado equipo diplomático encabezado por Martha Bárcena a que disfrace la visita pro reeleccionista por una furtiva, que ponga a salvo al titular de estos desaguisados que de verdad van a salir demasiado caros para la dignidad que se presume.

Ya estuvo bien de Moros Ávila, de Ackermans y de Chocorroles. Es tiempo de darse a respetar.

Sólo hay una forma: conduciéndose con la verdad, con la honestidad valiente que siempre se ha pregonado a los cuatro vientos.

La misma por la que votaron los mexicanos. ¡Fuera máscaras! 

¿No cree usted?