Tocados por la magia de la décima Musa
julio 13, 2019
Ciudad de México/Notimex. Aunque en vida alcanzó popularidad e incluso logró ser publicada en España, la obra de Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695) quedó soterrada por muchos años y fue hasta el siglo XX que se dio un impulso definitivo a su estudio y fue revalorado el legado de quien es considerada una de las mayores exponentes de la literatura novohispana y universal.
Ese interés ha despertado numerosos acercamientos a su obra, lo mismo académicos que literarios, los cuales han mantenido ardiendo la llama de la curiosidad por una obra realizada entre la censura de la época y la clausura del convento, dando como resultado un retrato polifónico y rico en tesituras.
En 1910, con motivo del centenario de la Independencia de México, Amado Nervo publica Juana de Asbaje y en 1931 Xavier Villaurrutia la lee con nuevos ojos para colocarla al centro de la tradición poética de este país, destacando la finura y agudeza de los conceptos de Sor Juana, en contraste con la contundencia y brillantez de las metáforas de Luis de Góngora.
Gonzalo Celorio lo refiere en su ensayo Sor Juana Inés de la Cruz. Hacia una poética del Silencio, en el que cita a Alfonso Reyes como quien reconoció en Sor Juana a la monja que, siendo recipiendaria de la influencia de Góngora, “supo vaciar en el molde ajeno su propia sangre, su índole inclinada a la introspección y a las realidades más recónditas del ser”.
No obstante, asegura que la autora no fue bien leída ni bien valorada hasta ya entrando el siglo XX, con los estudios de Pedro Henríquez Ureña, Manuel Toussaint y Ermilo Abreu Gómez.
Herón Pérez Martínez, en su artículo La vigencia de Sor Juana Inés de la Cruz, publicado por la revista Acta Universitaria, de la Universidad de Guanajuato, sentencia que en el siglo XX hay dos momentos fundamentales en el rescate de la obra sorjuanista. La primera es la anterior a Alfonso Méndez Plancarte, que va de inicios del siglo XX a la publicación de sus obras completas en 1957, y la segunda, post Méndez Plancarte, de 1957 a 1995, en el tercer centenario de su muerte.
Esta última, asevera, se caracteriza por el trabajo pionero, paciente y de muchos logros, genuinos, como la carta de Sor Juana a su confesor, descubierta por Aureliano Tapia en Monterrey, o algunos sonetos inéditos que no invalidan el trabajo del humanista Méndez Plancarte, cuya lectura sigue siendo fundamental.
Destaca además la aparición de publicaciones como Enigmas ofrecidos en la casa del placer, de Antonio Alatorre, y Serafina y Sor Juana, de Martha Lilia Tenorio y el propio Alatorre, del cual, considera, “enfatiza la cátedra real que desde el locutorio de su convento sustenta Sor Juana en cuestiones selectas de filosofía y teología, modifica la opinión vulgata sobre estos años en torno al año noventa, y desemboca en La Carta Atenagórica, la ‘carta de más’, de Octavio Paz”.
Y si bien es Amado Nervo el que redescubre a Sor Juana en el siglo XX para los mexicanos, será con Octavio Paz que se revalore su trabajo a nivel internacional, a partir de su texto Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, y aseveraciones como la de que se había hecho monja para poder pensar y que había sido intelectual (en el sentido gramsciano) antes que escritora.
SOR JUANA HOY
A partir de entonces se vive un boom de estudiosos e incluso literatos escribiendo sobre Sor Juana, desde textos biográficos como el de Sor Juana Inés de la Cruz: ¿hagiografía o autobiografía?, de Margo Glantz, que explora la vida y la obra de esta autora a partir de puntuales estudios de distinguidos sorjuanistas.
Pero los escritores tampoco han escapado a su seducción y para muestra está Yo, la peor, de Mónica Lavín, que evidencia las pasiones secretas de la Décima Musa, poniendo en contexto su vida y obra en un mundo de hombres, donde la religión, la herencia española, el sustrato indígena y la influencia negra, vieron desarrollarse amores, alianzas y traiciones.
Además de Lara, la esclava negra de Juana Inés, texto ganador del Premio de Novela Histórica que auspicia la Universidad del Claustro y Penguin Random House, de la autoría de José García Casas, quien recrea el Virreinato desde un punto de vista original: el de la esclava negra de Sor Juana Inés de la Cruz, refiriéndose a la negritud, un tema poco abordado en la literatura de este país.
Los textos y las reflexiones sobre Sor Juana fluyen dentro y fuera de México, y este año, en que se conmemoran 350 años de su profesión de fe, el Festival Internacional de Teatro Clásico en Almagro, España, acaba de dedicar su edición 42 a la figura del llamado Fénix de América, reuniendo a destacadas sorjuanistas mexicanas, entre ellas las doctoras y académicas Margo Glantz y Sara Poot-Herrera, así como a la rectora de la Universidad del Claustro de Sor Juana, Carmen Beatriz López-Portillo Romano.
Ésta última disertó sobre la Armonía en las Artes, en su ponencia De Fibonacci a Sor Juana, en el que reflexiona sobre la idea que tenía Sor Juana del universo como un todo que debía ser estudiado a partir del Trivium y el Cuadrivium, y destaca cómo muchos de sus poemas aluden a la música, no sólo los villancicos.
Asimismo, retoma los estudios de Rocío Olivares, en los que se afirma que Sor Juana opta por la espiral como símbolo de la armonía musical, y de Octavio Paz, quien revela que el caracol es uno de los emblemas psíquicos de la escritora, para concluir que éste es uno de los símbolos de la proporción aurea, el que mejor explica la secuencia Fibonacci, a la que alude en principio, el elemento que integra el número y la armonía, y el mejor ejemplo de la representación de Phi en la naturaleza.
La música, expone en su ponencia, le permitió a Sor Juana conocer e interpretar el mundo, darle unidad al universo, así expresó su curiosidad ante la realidad y el sueño, y se aproximó a la armonía de las esferas. Ligando cifras y notas integró a la unidad la diversidad, como lo dijo en su Romance 67 (…que en un cielo cifra mil soles, / en sólo un sol con que brilla…).
Evocando signos, concluye López-Portillo Romano, Sor Juana hizo milagros, creó un universo lleno de correspondencias ocultas, igual que Platón, igual que Pitágoras, busca la proporción dorada entre las cosas, hizo de la belleza, el silencio, la luz y el tiempo, música con sus palabras.